jueves, 29 de mayo de 2008

Puerto Montt está temblando (Violeta Parra, 1960)

Puerto Montt está temblando
con un encono profundo
es un acabo de mundo
lo que yo estoy presenciando
a Dios le voy preguntando
con voz que es como un bramido
por qué mandó este castigo
responde con elocuencia
se me acabó la paciencia
y hay que limpiar este trigo.

Se me borró el pensamiento
mis ojos no son los míos
puedo perder el sentido
de un momento a otro momento
mi confusión va en aumento
soy una pobre alma en pena
ni la más dura cadena
me hubiera afligido tanto
ni el mayor de los espantos
congela así las venas.

Estaba en el dormitorio
de un alto segundo piso
cuando principia el granizo
de aquel feroz purgatorio
espejos y lavatorios
descienden por las paredes.
Señor, acaso no puedes
calmarte por un segundo
y me responde iracundo:
pa'l tiburón son las redes.

No hay palabras en el mundo
para explicar la verdad
ni talento en realidad
pa penetrar en profundo
qué viento más iracundo
qué lluvia tan alarmante
qué pena tan abundante
quién me da la explicación
sólo el sabio Salomón
pero se halla tan distante.

Del centro salté a la puerta
con gran espanto en el alma
rogando por una calma
pero el temblor va en aumenta.
Todo a mis ojos revienta
se me nubla la cabeza
del ver brincar en la pieza
la estampa de San Antonio
diciendo: muera el demonio
que se anda haciendo el que reza.

La mar está enfurecida
la tierra está temblorosa
qué vida tan rencorosa
lo trajo la atardecida
con una angustia crecida
le estoy pidiendo al señor
que detenga su rencor
tan sólo por un minuto
es un peligro este luto
pal alma y el corazón.

Así fue señores míos
la triste conversación
que en medio de aquel temblor
sostuve con el divino
cuando pasó el torbellino
de la advertencia final
bajito empezó a llorar
mi cuerpo resucitado
diciendo Dios'tá indignado
con la culpa terrenal.

Me aferro con las dos manos
en una fuerte manilla
flotando cual campanilla
o péndulo disparado
qué es esto mi Dios amado
dije apretando los dientes
pero él me responde hiriente
pa'hacer mayor el castigo
para el mortal enemigo
del pobre y del inocente.

jueves, 8 de mayo de 2008

GILBERT FAVRE: UN AFUERINO NO TAN AFUERINO.

Por Rodrigo Olavarría.

Gilbert Favre es un nombre que se repite mucho en bocas de quienes se han hecho cargo de los homenajes que se dedicaron a los 90 años del nacimiento y 40 de la muerte de la Violeta Parra. Pero, pese a estas apariciones en discursos y artículos, poco se sabe en realidad de este sujeto al que se le adjudica el ser “la pareja” de la recién mencionada. Esto no es casual, la Violeta no tuvo un compañero como Gilbert en ninguno de los hombres con que compartió su vida y su trabajo, incluidos los padres de sus hijos, hay imágenes que tengo grabadas en la memoria, cosas que he leído, la Violeta y Gilbert en la carretera a medio camino entre Ginebra y París arriba de un Volkswagen cargado de óleos, telares, instrumentos, maletas y de un cuanto hay. Gilbert parece haber sido el único hombre dispuesto a comprometerse con esa urgencia que la Violeta le adjudicaba a todo lo que hacía y no sólo eso, sino también posponer sus propios proyectos, cuando finalmente los hubo. Pero para entender eso falta.

Gilbert se me aparece como un sujeto de su tiempo, un tipo que vaga por Europa primero y luego por América en busca de algo para lo que aun no hay nombre, primero se mete entre los gitanos en Andalucía tratando de acercarse al flamenco, luego llega a Chile por mar junto con un antropólogo francés y se dirige a una expedición al desierto de Atacama. No se sabe bien cuando llegó Gilbert a Chile, pero si se sabe que la sociedad con el científico francés fue de corta duración, después de un conflicto que ninguna fuente se toma la molestia de recordar, Gilbert deja el desierto de Atacama y se dedica a recorrer Chile en dirección al sur.

Corría 1960, hagámonos un idea de la época y de este individuo Suizo, de 30 años que recorre el mundo sin más pertenencias que unos discos de George Brassens y un clarinete, amante del jazz, sobretodo del bebop estilo que no sólo aprecia de forma pasiva sino que también tocaba como aficionado, haciéndose del título de “jazz man” cuando vivía en la rue Vielle Ville en Ginebra.

Es evidente que Gilbert viaja en busca de algo que incluso él desconoce y fue esa voluntad de internarse entre las raíces populares la que lo llevó un día a enterarse de la existencia de la Violeta Parra. Preguntó por ella y esta pregunta lo condujo a sus hijos, y finalmente, a la casa en que estos residían junto a su madre, en la comuna de La Reina en la calle Segovia 7366. Ese 4 de Octubre de 1960 la Violeta cumplía 43 años, Gilbert tenía 30.

La conexión fue inmediata, decidieron explorar y trabajar juntos en lo que a ambos y a cada uno les correspondía, sin esquemas definidos de cómo ni cuando hacer sino con la convicción pura de hacer todo cuanto debía ser hecho. Y ese era el modus operandi de la Violeta, la urgencia de todo cuanto debía ser hecho, levantarse a las 5 A.M. para hacer rápido todo lo de la casa para dedicarle todo el día a la música, a la recopilación, a las décimas, en fin, a lo que se trajera entre manos.

Ángel Parra en su libro “Violeta se fue a los Cielos” cuenta que a los tres días de llegado a la casa, Gilbert se le acercó y le contó que Violeta le había dicho que debía pedirle a él, el hombre de la casa, la mano de su madre. Gilbert se acercó a Ángel, que entonces contaba con 17 años y con su acento franchute y en un castellano recién aprendido le pidió entre solemne y torpe su venia.

Gilbert se integró al circulo familiar de los Parra y a los trabajos del día a día, mal que mal en su momento se había desempeñado como pintor y carpintero. Los dos eran sujetos independientes acostumbrados a vérselas solos, de carácter espartano y capaces de apreciar la belleza en sus manifestaciones más humildes. Ser la pareja de Violeta Parra a esas alturas del partido, es decir, después que se ha separado de dos hombres y que comprende perfectamente cual es su trabajo, no debe haber sido nada fácil. Todos quien la conocieron cuentan que Violeta era capaz de una ternura infinita, pero nunca dejan de consignar su carácter dominante e incluso violento, el mismo Nicanor Parra da cuenta de una cantidad no menor de guitarrazos en las cabezas de borrachos ruidosos y beligerantes.

Luego vendrían los viajes a Argentina y luego a Europa la convivencia a ratos juntos a ratos separados, a ratos en París a ratos en Ginebra, pero siempre como pareja. Fue en Europa que Violeta le regala a “Roussin” una cámara cinematográfica con la que filman de manera dispersa material que nunca llega a materializarse en una película, Gilbert buscaba una forma artística con la cual trabajar, no la encontraba. Fue en 1964 que se concretó la exposición de Violeta en el museo de artes decorativas del palacio del Louvre, Gilbert en su faceta de carpintero hizo los bastidores para los cuadros. Los lugares de la vida en Europa, rue Monsieur le Prince en París, los locales donde se presentaba Violeta, “L’escale”, “La Candelaria” y el piso en el 15 de la rue Voltaire en Ginebra, Suiza.

Un día indeterminado durante esa estadía de 4 años en Europa que transcurre entre 1961 y 1965, Gilbert decide dejar el clarinete y tomar la quena, no se sabe cuanto peso tuvo la Violeta Parra en esa decisión pero seguro que ella tuvo algo que ver. Gilbert tuvo algo de formación académica cuando joven pero se puede decir sin mentir que su aproximación a la música tenía más que ver con el oído y las tripas. Sus primeros acercamientos a la quena pueden ser escuchados en una grabación que data del año 1965 realizada en Ginebra en un recital ofrecido en una casa de amigos y recogido en el disco “Violeta Parra en Ginebra” donde Gilbert toca en nueve canciones junto con Violeta, entre ellas “Que he sacado con quererte”, “Casamiento de Negros” y “Galambito temucano”, el mismo que grabarían en 1965 para EMI Chile en un single que lleva el nombre de “El tocador afuerino”.

Y es este nombre, el de “Tocador afuerino”, el que me parece relevante para pensar el estado de las cosas entre Gilbert y Violeta, en primer lugar porque durante todo el tiempo que llevaba la relación Gilbert había sido uno más de la familia, alguien que llegó para quedarse, y desde que ella le aplica ese nombre pasa a ser un afuerino, el que no pertenece, el sujeto móvil que seguro no se quedará mucho tiempo más. En segundo lugar, el nombre de “tocador” significa que pasa de ser considerado un aprendiz a ser un músico por derecho propio. De algún modo ese nombre pasa a ser como una especie de diploma que le entrega la Violeta a Gilbert. -Ahora eres un músico y eres libre-.

Es notorio el hecho de que en la grabación conocida como “Violeta Parra en Ginebra” Gilbert aun no domina el instrumento, sigue una línea melódica muy sencilla y de forma no muy enérgica. Lo sorprendente es que desde esa grabación a aquella realizada en Chile el mismo 1965 hay un cambio sutil pero importante, Gilbert deja esa ejecución dubitativa y se apropia del instrumento. Comenté esto con Patrick, uno de los dos hijos de Gilbert y el caso es tan serio que ni su propio hijo logra reconocerlo en ese single. Hay que decirlo, aun no se trataba del “gringo Favre”, el sujeto que uniría su nombre para siempre a la quena, devolviéndole su dignidad en Bolivia, recuperándola para el pueblo Boliviano y llevándola a Europa luego.

Faltaba el paso definitivo, el viaje a Bolivia, donde terminaría su formación y pasaría de ser discípulo a maestro. Esto es evidente al escuchar el lp “Ángel Parra y el tocador afuerino” grabado por ambos para el sello Arena en 1967, el mismo año de la muerte de Violeta. Y es con este dato que llegamos al tema del viaje a Bolivia. Los relatos de gente como Ángel Parra y otros concuerdan en decir que la relación estaba bastante desgastada, aunque había voluntad de los dos para continuar, Gilbert parte hacia el norte con la idea de profundizar su dominio de la quena y con eso ya tenemos aquello de “Run run se fue pa’l norte”.

El caso es que Gilbert llega a La Paz, donde se gana el apodo de “gringo bandolero”, a comienzos de 1966 e irá directo a la Galería Naira, que después de su llegada pasaría a de ser una galería a ser la Peña Naira y se convertiría en el primer espacio dedicado íntegramente al rescate de las raíces folklóricas bolivianas, aunque en un principio fuera concebida como galería de arte por Pepe Ballón. Fue fundada en enero de 1965 y se ubicaba en la calle Sagárnaga, a unos pasos del Templo de San Francisco. La peña estuvo llena de actividad hasta el año 1971 cuando Pepe Ballón tuvo que partir al exilio después de ser detenido y torturado durante el régimen de Hugo Banzer.

Fue en este lugar, ya entrado el año 1966, cuando Gilbert se integra a la escena musical local tocando en una primera instancia en un trío integrado por Ernesto Cavour y Alfredo Domínguez. Más tarde, junto con Edgar “Yayo” Jofré en la voz, Julio Godoy en la guitarra y el mismo Cavour con el charango forma el grupo Los Jairas, un conjunto cuyo valor como difusor de los sonidos andinos y valoración de las formas musicales indígenas es todavía incalculable. Ya en 1952 durante la revolución nacionalista boliviana se vio un aumento del interés por la música indígena e incluso se creó un departamento de folklore que dependía del ministerio de educación de Bolivia. Pero como sabemos todas las medidas institucionales suelen ser estériles y esto fue comprobado al ver que los huaynos y demás bailes siguieron siendo acompañados con instrumentos europeos como saxofones, acordeones baterías y pianos.

Otro de los logros de la peña Naira y Los Jairas se concretó en el aspecto social, pues reunioeron a todas las clases sociales bolivianas en torno a la valoración de la música andina. La perdurabilidad de su influencia es perceptible en la existencia de grupos como Wara, Khanata, Paja Brava, Savia Andina y sobre todo Los Kjarkas quienes refinarán esta fusión llamada “Neo Folklore”.

Gilbert Favre, con el conjunto y la peña en marcha, se convierte en una celebridad y junto al trío revoluciona la música boliviana. ¿Por qué? En toda Latinoamérica la música del pueblo y sobre todo de los indígenas es vista con desdén por el arribismo intrínseco del medio pelo y burguesía sudaca que discrimina sin más lo que califica de “cholo”. Así que fue necesaria la aparición de un suizo que tocaba la quena apasionadamente, con los ojos cerrados. O para explicarlo de una vez citando a Pepe Ballón: “El hecho de que un extranjero tocara la quena fue la causa para que se fuera aceptando nuestro folclore. Se paraban y decían ¡Ah, que lindo toca! Y como a la peña venía gente de Francia, España, luego nuestra sociedad, la ‘hamburguesía’ de este país, se fue acercando.”

Sólo sobrevive un testimonio de Gilbert sobre sus intenciones con respecto a la peña y su trabajo con Los Jairas y este fue recogido por el periódico boliviano El Diario en Junio de 1967: “... queremos dejar bien sentado que las esencias estéticas del folclore boliviano nada tienen que ver con las farándulas de chichería o de las habituales jaranas. Los elementos de belleza que conforman la música boliviana contienen en sí un mundo jerárquico, una sustancia intemporal y el genuino perfume que caracteriza a la belleza pura, sin adulteraciones. Las universidades, la radio y el teatro serán los escenarios de nuestras actuaciones”.

Desde allá Gilbert le escribe a Violeta diciéndole que es urgente su presencia allá. Ella dejó la carpa de La Reina, ese proyecto que echó a andar casi sola y se instaló en la Peña Naira, al poco tiempo ya estaba tocando a diario y había producido suficientes cuadros como para montar una exposición, hecho que fue recogido por la prensa de La Paz. En una entrevista Pepe Ballón recuerda a Violeta Parra escribiendo en un pedazo de cartón con un marcador los versos de “Gracias a la vida”.

Gilbert estaba fusionado a tal grado con el proyecto de la peña que era su director artístico, vivía en ella y compartió ahí su vida paceña con Violeta en las dos ocasiones que esta visitó La Paz. Antes de volver a Chile, Violeta convenció al concertista en guitarra Alfredo Domínguez, que más tarde sería miembro de Los Jairas, de que podía no sólo tocar la guitarra sino también cantar: “...lo que tú tienes es una voz, cantas como tú eres; yo tampoco soy cantora, pero quiero decir lo que yo escribo…”. Violeta volvió a Chile, a la carpa de La Reina, al menosprecio de las mismas instituciones que hoy se llenan la boca con ella. Y trajo consigo conjuntos de música boliviana que se presentaron en la carpa de La Reina materializando el necesario encuentro entre ambos pueblos. Recibió una carta más de Gilbert instándola a volver a La Paz, le decía que allá estaba todo pasando, pero, como ya sabemos, Violeta no volvió a la peña Naira y como cuenta Ángel Parra en “Violeta se fue a los cielos”, ella sabía que pese al viaje no habría vuelta atrás, la relación ya estaba sentenciada.

El mismo 1967, Gilbert conoce a Indiana Reque Terán una joven boliviana de 20 años nacida en Santa Cruz, hija y sobrina de pintores bolivianos. Después de la separación de sus padres, a los tres años, su madre la llevó consigo a vivir a Rio de Janeiro, donde su madre se unió al pintor brasilero Antonio Enrique Amaral, por lo que, según ella misma señala, el hecho de que se dedicara a la pintura fue una consecuencia natural, herencia de su entorno.

Indiana y Gilbert se conocieron en la peña Naira, durante la época de la guerrilla que le costaría la vida al Che Guevara, un día Indiana fue a la peña para escuchar la que en ese momento era llamada “auténtica música andina” y ver tocar a este “Gringo” Favre del que todos decían que tocaba como un dios. Juntos viajaron a Santiago, Gilbert quería presentarle su mujer a la familia Parra, a quienes consideraba su familia, de hecho, Indiana recuerda haber visitado a la madre de Violeta y a Nicanor estando embarazada de su primer hijo, Christian. Más aun, recuerda estar en cama y que Roberto Parra le canta una canción, por lo que parece muy probable que el primer hijo de Gilbert haya nacido en Chile en 1968 durante la gira que llevó a Los Jairas a Chile y a Perú..

Gilbert grabó cinco LP en La Paz con Los Jairas, entre ellos: “Los Jairas” de 1967 y “Siempre... con Los Jairas” de 1969. Ese mismo año Los Jairas y Alfredo Domínguez fueron invitados por la fundación Patiño a Europa para realizar una gira. Gilbert siguió el ejemplo de Violeta y decidió que lo mejor sería hacer una muestra más integral, por lo que decidieron llevar danzas, a cargo de las esposas de los músicos, un experto en la fabricación de máscaras y el mejor bailarín de Diablada, de nombre Tomás Condori.

El primer recital de esta gira fue en la sede de la fundación Patiño en Ginebra en 1970 y tuvo un éxito arrollador, la misma gira los llevó luego a Francia, Bélgica, Alemania, Suecia e Inglaterra, incluso viajaron a la Unión Soviética donde se les ofreció el raro privilegio de grabar un álbum. En 1971 lanzaron en Europa el álbum “La flauta india de Los Jairas” al mismo tiempo que nacía el segundo hijo de Gilbert, al que pusieron por nombre Patrick.

La reputación internacional de Los Jairas creció y no sólo entre círculos especializados o la crítica sino también entre el público, así fueron invitados a participar en los festivales de folklore d’Orange-Confolens en Francia en 1972 y en Billingham en Inglaterra en 1973.

Pero fue este mismo éxito el que terminó por desbandar a Los Jairas y sumir a Gilbert en una profunda tristeza tanto a nivel artístico como a nivel personal, pues a mediados de los años setenta Edgar “Yayo” Jofré viajó a España y registró como su propiedad el nombre de Los Jairas, distanciándose para siempre de los miembros originales en una actitud ególatra que se hace evidente en el sitio oficial de Los Jairas, donde no se menciona ni una sola vez los nombre de los demás miembros originales del conjunto.

Gilbert siguió tocando en varios grupos musicales en Europa, pero en medio de una batalla constante donde trabajaba mucho más de lo que se le remuneraba, hasta que un día cansado de decepciones personales y traiciones destruyó todas sus flautas, quenas, quenachos y demás instrumentos, uno por uno.

Ángel Parra recuerda que en 1987 lo convenció de que tocara la quena en un disco en el cual su participación era necesaria, Gilbert en esos momentos se dedicaba a la observación de las estrellas. Más tarde, convencido de la necesidad de su trabajo de difusión de la música que amaba se reúne con amigos franceses y retoma la quena para tocar con su nuevo grupo y es entonces que surge una nueva posibilidad, la educación, así fue que fundó con sus amigos, en Ginebra la escuela Sagarnaga, nombre tomado de la calle paceña donde se ubicó la peña Naira, que mantiene alrededor de 70 alumnos, enseña a tocar quena, charango, guitarra y bailes bolivianos y realiza giras a Bolivia cada cierto tiempo.

Gilbert Favre falleció el 12 de diciembre de 1998 dejando una marca duradera en la memoria de los pueblos de Chile y Bolivia, también será recordado también como la figura que inspira día a día a la escuela Sagarnaga. Su historia es la de un hombre en una búsqueda angustiosa de sentido, de la persecución de algo desconocido hasta el otro lado del mundo junto a una maestra que le enseña el camino para llegar por sí mismo al corazón mismo de un pueblo y una música. Run Run, El Tocador Afuerino, El Gringo Bandolero, son sólo algunos de los nombres bajo los cuales se oculta el verdadero Gilbert Favre.

jueves, 24 de enero de 2008

ISABEL PARRA - TODAVÍA NO ENTENDEMOS A VIOLETA

Después de celebrar el natalicio de Violeta Parra, su primogénita aceptó hablar sobre su madre, su pasado y sus sueños. El más importante, el libro que recorre el trabajo plástico de la autora de Gracias a la Vida.

(Fuente: Revista Mujer. Diario La Tercera)

Isabel Parra lleva la música en la sangre. Y cómo no, si creció en el seno de una familia dedicada mayoritariamente a la composición, al canto y al baile. Se ríe cuando se le pregunta si recuerda cuándo actuó en público por primera vez: “Yo canté desde muy niña. Tengo fotografías de 5 o 6 años en las que estoy cantando en actitudes de artista profesional, con un movimiento de manos que me asombra. Salgo con mi madre, tocando la guitarra y ella mirándome con gran ternura. Desde muy chica yo la acompañaba en sus actuaciones, así es que se me dio en forma natural”.

Haciendo recuerdos, Isabel sonríe, pero la verdad es que no le gusta dar entrevistas. Sin embargo, ahora vive un momento especial que la motiva a hacer una excepción: la Fundación Violeta Parra y la editorial Ocho Libros Editores acaban de sacar una edición limitada de Violeta: Obra Visual, un libro que recorre la obra plástica de la cantautora nacional y que el próximo año estará en librerías.

Fuera de ello, esta semana apareció en el mercado Continuación, el último trabajo musical de esta representante de la Nueva Canción Chilena, que lanzó después de haber estado seis años alejada de los estudios de grabación.

Isabel (68) abre las puertas de su departamento de Providencia y saluda algo seria, pero con voz clara. Tiene una fuerte presencia. Se nota que está contenta con el libro, porque una de las misiones que se ha propuesto como presidenta de la Fundación Violeta Parra es hacerle justicia a la totalidad del quehacer artístico de su madre y, además, hacerlo asequible a todos los chilenos. “Mis hermanos y yo recibimos como legado una colección de obras de arte maravillosas hechas por mi madre, que se expusieron dos veces en el Museo del Louvre pero que aquí no se conocen, porque no tenemos un Museo Violeta Parra”, precisa. Actualmente las piezas -50 óleos, 40 arpilleras, máscaras, papel maché, dibujos- permanecen en el Centro Cultural Palacio de La Moneda, donde se expone una pequeña parte.

Isabel es enfática al señalar que nunca se ha vendido una obra de su madre, ni siquiera cuando ella y sus hermanos no tenían plata. “Y nunca lo vamos a hacer”, aclara. A la hija de la famosa creadora de Gracias a la Vida le interesa precisar algo en particular: “que la gente sepa que la Violeta no hizo estos cuadros para enriquecerse ni para que sus hijos los vendieran y se compraran unas parcelas. Ella decía que estos cuadros eran para Chile, sin fines de lucro. Por eso la entrada cuesta $ 600. Sirven para conservar las obras”.

La artista cuenta que no se había podido editar un libro que recorriera la obra plástica de Violeta hasta ahora, debido a los costos que implicaba. Sólo fue posible cuando la Corporación Patrimonio Cultural de Chile decidió patrocinarlo y gestionarlo, con el auspicio de la Minera Escondida. Violeta: Obra Visual es una publicación compuesta por fotografías y textos, y que en una segunda parte se estructura como un catálogo de las obras pertenecientes a la fundación.

“Es un libro de primera categoría”, afirma orgullosa Isabel Parra. La próxima edición llegará a las librerías con un DVD realizado por Ignacio Agüero, que incluye una entrevista a Violeta, fotos de los cuadros y comentarios de su obra hechos por la misma Isabel.

-¿En qué va la concreción del Museo Violeta Parra?
-Tendrá que estar terminado para el Bicentenario, eso es lo que tenemos en la cabeza y en el corazón. Pero no sé nada más. Tenemos que ponernos las pilas para seguir golpeando puertas. Si uno no revuelve el gallinero, no pasa nada. De repente encuentro una lucecita en alguna persona que se sensibiliza y promete ayuda, pero después se olvidan. Y ahí estamos nosotros para joder la pita.

-¿Qué sucede que el museo no prende?
-No quieren darse cuenta de quién es la Violeta Parra, porque tú la pones en un concurso rasca en la televisión (se refiere a los Grandes Chilenos, concurso de TVN) y arrasa, porque la gente no es tonta, la gente tiene una gran sensibilidad. Lamentablemente, esa gente no tiene ningún poder.

Desde niña, Isabel Parra fue muy cercana a su madre, quien se separó del que fuera su primer marido, el ferroviario Luis Cereceda, cuando ella y su hermano Ángel eran muy pequeños. En ese entonces, ambos pasaban gran parte del tiempo acompañando a su madre en espectáculos artísticos, y la ayudaban en sus trabajos de investigación de la música popular en los rincones más apartados de Chile.

En 1962, los hermanos acompañaron a Violeta a París. Fue ahí donde Isabel, de 22 años, consolidó su talento como cantante. Después de tres años en la llamada Ciudad Luz, regresaron a Chile y fundaron la Peña de Los Parra, mítico lugar ubicado en Carmen 340 que acogió el nacimiento de la llamada Nueva Canción Chilena. Durante la Unidad Popular la primogénita de Violeta representó a Chile en numerosos festivales, y después del golpe de estado se fue al exilio de vuelta a París. Pero lo cierto es que recorrió prácticamente todo el mundo dando recitales.

En 1984 aterrizó en Argentina, donde esperó que le permitieran volver a Chile, y el 85 fue nombrada Oficial de la Orden de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia. Dos años después de ese honor volvió a pisar tierra chilena. Su discografía es enorme (como solista y en compilados) y tiene a su haber el libro Ni Toda la Tierra Entera, realizado gracias a una beca Guggenheim.

“La mía ha sido una vida de circunstancias, en que he tenido que asumir muchas cosas para las que no estaba preparada. Una tiene que adaptarse y abuenarse con lo que le toca y, a partir de eso, desarrollar sus propias capacidades. Así ha sido mi camino, a partir de muy niña, con mi madre, con mis hermanos, con esta familia Parra donde todo el mundo tenía su gracia creativa”, comenta Isabel, como haciendo un repaso de su intensa vida.

-¿Es difícil crecer en una familia así?
-No, porque la familia Parra es una familia muy dispareja, con muchas formas de ser y donde cada uno hacía lo que era capaz. Yo me movía entre la Violeta, el tío Roberto, el tío Lalo, referentes muy fuertes. Cada uno desarrolló su potencial y tomó lo que le tocaba el alma. Tuve la suerte de tener una mamá muy apoyadora, llena de sensibilidad, con la cabeza y los criterios muy abiertos, lo que nos impulsó a mí y a mis hermanos a poder elegir.

-Eso era muy raro en los años 50 o en los 60.
-Era raro y lo es todavía. Si analizas la obra de la Violeta, ves que ella no tenía trabas. Se metió a pintar, se metió a bordar, se metió a hacer cerámica. Ella quiso hacer un centro cultural (en La Reina) como se conciben ahora, pero tratar de sacar ese proyecto adelante era la muerte. Era simplemente sepultarse, que fue lo que ocurrió.

-Parece que su madre no fue entendida en su época.
-No pues, Violeta era la vanguardia de las vanguardias y era imposible que Chile entendiera el fenómeno Violeta Parra. Todavía no entendemos a Violeta en profundidad.

-Con esta madre como ejemplo, ¿nunca dudó en abrazar la música?
-No, porque no tenía mucha elección tampoco. No podíamos elegir carreras universitarias, por ejemplo. Tampoco ponernos a pensar qué voy a hacer, porque la nuestra fue una vida de mucha exigencia cotidiana, de tener que estar apoyando a esta mamá luchadora. Lo que ocurre es que le fui tomando el gustito a la música, a tocar una canción.

-¿Y para usted no fue como cargar una mochila esto de ser “hija de”?
-Si te piensas en una mochila, estás frita. Una apenas puede cargar con la propia, entonces yo no lo veo así. En mi caso todo ocurrió de una manera natural, con los sufrimientos propios de cualquier vida. Porque vivir no es fácil. Y cuando creamos la Fundación Violeta Parra y hablamos de un museo, no estoy pensando en cargas ni sobrepesos. Porque si observas la historia, lo que hacemos nosotros es insignificante en el universo.

Algo que llena de energía a Isabel es hablar de su nuevo disco, Continuación, realizado en conjunto con Roberto Trenca (30), joven y virtuoso músico napolitano al que conoció hace dos años, cuando visitó Nápoles con Inti Illimani histórico. “Descubrí que la música chilena y la Violeta son importantes por esos lados e invité a Roberto a Chile a grabar un disco compartido. Yo le mostraba de repente algún texto y él lo terminaba, o yo tomaba uno en italiano, traducido por él, y le ponía música”, cuenta orgullosa.

El CD tiene quince surcos, catorce de ellos interpretados íntegramente por ella y Roberto y uno en el que se suma su nieto Antar, también músico, al piano. “Es un disco de una sencillez total, no tiene arreglos pretenciosos. Es casi como para que no se venda y se escuche poquito (risas). Es muy privado en ese sentido, pero está hecho con mucha rigurosidad”, dice.

Isabel trabajó en él el año pasado, cuando estuvo enferma y enfrentó una complicada operación al corazón. “Entrar a una sala de operaciones donde no sabes lo que te va a pasar es terrible, porque tenía miedo y sentía que me podía morir. Estas canciones me apuntalaron y lo único que puedo hacer es agradecer. El hecho de poder escribir y ponerles melodía a unos versos muy simples puede ayudar bastante en un trance como ése. Así es que, cuando Roberto llegó aquí, yo estaba más viva que nunca”.

-En su caso, la composición es resultado de la investigación o de la intuición.
-Yo creo que es más intuitiva. He hecho algunos acercamientos para salir del analfabetismo general, he asistido a los talleres de Cristián Warken a parar la oreja. Me encanta cantar, ahí soy buena (los ojos le brillan).

-¿Por qué?
-Soy buena, porque me gusta y porque soy patuda también. Me gusta la gente. Cuando estoy cantando miro a las personas para ver que tienen los ojos grandotes y brillantes. Saber que eso lo provoca una, es maravilloso.

-¿Hay plazo para que termine de cantar?.
-Yo creo que hay, si estoy en una silla de ruedas y no me sale la voz y estoy hablando puras cabezas de pescado, por favor… Hay que ser un poquito más cuerda.

-¿Y cómo transcurre su vida?
-Tranquila, aunque vivir en Chile para cualquiera que tenga dos dedos de frente es complicado. Sobre todo si una se hace preguntas, si quiere vivir en una comunidad amorosa, si a una le preocupa la contaminación. La gente está muy idiota, muy tonta, vive hablando por teléfono, vive enajenada y con un arribismo desatado. Y en una gran soledad.

-¿Cuál es su relación con la política partidista?
-Hace muchos años que dejé de militar (en el PC) y lo hice con gran pasión. Ahora estoy reticente a escuchar el lenguaje insoportable de los políticos, cualquiera sea su partido. Pero tengo una veneración por la Michelle Bachelet. Encuentro que es una mujer admirable y estoy feliz de estar viva para verles la cara a los hombres por su gobierno. Siempre es bueno reírse de los hombres.

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