miércoles, 24 de agosto de 2011

Camila Vallejo en el Semanario Alemán 'Die Zeit', traducido por Nadine Schramm.



La Poderosa
Inteligente, bonita, elocuente: Una estudiante lidera las protestas en Chile.

La belleza moviliza las masas. Malintencionadamente esta frase significa: la superficie moviliza a las personas, no el contenido. Pero decir esto sería absolutamente injusto cuando se habla de la líder estudiantil chilena Camila Vallejo. Ella no solamente se ve tal como cualquier pintor de la revolución se hubiese imaginado a una heroína en las barricadas, sino que habla como una líder política natural, segura de sí misma, inteligente, elocuente. “¡­El presidente cometió hoy un grave error!”, dijo en Julio, cuando el Jefe de Estado, Sebastián Piñera, presentó sus ideas de la reforma a la educación a estudiantes movilizados por semanas. Sonaba como si la joven mujer hubiese rechazado a un suplicante y no al presidente del país, quien además es uno de los hombres más ricos de Latinoamérica. Camilla Vallejo tiene carisma, no hay duda de ello. Ciento cincuenta mil personas se manifestaron recientemente en la calle para exigirle al presidente una reforma al sistema de educación. En el centro de la protesta se encuentra esta mujer de 23 años, hija de padres comunistas, miembro de una organización estudiantil comunista y, en 2010, presidenta electa, con una estrecha mayoría, de la federación de estudiantes chilena. Tanto poder para una joven comunista requiere de una explicación.

Como cualquier poder, también el de Camila Vallejo es solamente prestado. Por parte de los medios a ella el poder casi se le impone. Cada vez que habla, un bosque de micrófonos y cámaras se levanta. Los medios la ponen en escena y para ello evocan una imagen de la memoria colectiva del pueblo – la figura de la pasionaria (la apasionada), parte fija de cualquier romanticismo revolucionario, independiente si es en Latinoamérica o en Europa. Los contrarrevolucionarios llaman a ese tipo de mujeres “Flintenweiber”, figuras femeninas furiosas y armadas, trayendo la muerte. Al simbolismo se suma el contenido de la protesta, que toca la vida cotidiana de mucha gente. Camila Vallejo y sus compañeros tienen de hecho algo que representar: se defienden contra un sistema de educación injusto que no solamente no ofrece oportunidades a los pobres, sino que también les cierra el camino de hacer carrera profesional a la clase media. Sólo el que puede disponer de cantidades importantes de dinero puede en Chile esperar una educación adecuada. En promedio los estudiantes inician su vida profesional con US$ 60.000 en deudas –un peso enorme.

Vallejo no se cansa nunca de apuntar ahí. Cuando un entrevistador en un programa de conversación popular pregunta en tono despectivo: “¿qué haría Usted si fuera ministra de educación?”, ella contesta fría y directamente: “Yo generaría antes que nada transparencia. ¡Yo haría un balance total!”. ¡Todas las cartas sobre la mesa!, significa eso. Luego –este es el mensaje- se vería qué juego se está jugando aquí. Camila Vallejo sabe por supuesto que se trata de un juego maligno que tiene su origen en la dictadura del General Augusto Pinochet, quien obtuvo el poder en un golpe en 1973 y quien dominó Chile durante casi dos décadas. Pinochet convirtió su país en un campo de experimentos para fundamentalistas neoliberales. Los Chicago Boys, alumnos del economista neoliberal Milton Friedman, tenían permiso, bajo la protección de los militares, para testear sus ideas en la sociedad chilena. Acerca de las consecuencias de ese experimento hay debates ideológicos fuertes hasta el día de hoy –unos consideran a los Chicago Boys cómplices de la dictadura, para otros son la causa del relativo éxito económico de Chile. Como sea que se piense acerca de eso, la imagen del Chile de hoy es extremadamente contradictoria. La economía crece rápidamente pero las diferencias de ingreso son extremas. Las reformas neoliberales duras han sido suavizadas por varios gobiernos sucesivos de centroizquierda -el sistema de educación sin embargo se mantuvo tal como fue rediseñado bajo Pinochet, privatizado hasta el exceso. Intereses poderosos se encargaron de que esto siguiera así.

Pero como Chile se convirtió en las últimas décadas en un país en vías de desarrollo, la educación se transformó en un bien cada vez más valioso –debido a razones objetivas, porque en el mundo globalizado, en el cual Chile participa cada vez más, la educación es un recurso decisivo; también por razones subjetivas: en Chile se ha generado en las décadas pasadas una clase media, que tiene exigencias y expectativas frente al Estado. Por ejemplo, espera que sus hijos puedan estudiar en la universidad sin tener que endeudarse profundamente; esperan oportunidades y posibilidades que sólo un Estado capaz de actuar puede dar. Este es el contexto sociopolítico en el cual el carisma de Camila Vallejo puede brillar.

Pero hasta ahora, el Estado se ha mostrado fuerte frente a los estudiantes sólo en la calle. La semana pasada la policía actuó en la capital, Santiago de Chile, con gran dureza contra los manifestantes. Frente a eso se levantó un coro de críticas, tanto desde el pueblo como de los políticos. Camila Vallejo aumentó la apuesta política al despertar el espíritu de un feo pasado: “¡esta escena recuerda al estado de excepción de la dictadura!”. Llamó a la gente a apoyar a los estudiantes. Muchos siguieron su llamado golpeando ollas y sartenes. Esta forma de protesta se llama cacerolazo –fue usada por última vez en tiempos de la dictadura.

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